lunes, 31 de octubre de 2011

NI TE CUENTO

DÍAS NUBLADOS EN EL REINO DE LOS IMPERATIVOS


Me desperté con un intenso   dolor de cabeza a consecuencia del día anterior. Busqué una aspirina en la taquilla y la mastiqué con fuerza. Hice esfuerzos sobrehumanos para conseguir un poco de saliva y hacer llevadero tan mal trago. La voz del cuarto imaginaria despertaba al resto de la compañía. La garganta de Ibañez nos agitaba el sueño pero, nadie decía nada. Todos sabíamos la fama de bruto que tenía y el halo de estupidez que le rodeaba.
Me vestí con rapidez dejando para el final las tan mal llevadas malditas botas de hebilla. Pude contemplar por la ventana, los primeros pasos balbuceantes del sol en el inicio del amanecer. El cuartel se fue llenando poco a poco de su luz y lanzábamos al aire bostezos de satisfacción al tiempo que oíamos alineados el impetuoso toque de corneta matutino.
El sargento Estévez nos puso firmes una vez más. Un instante de silencio fue el preámbulo a la lectura de las Reales Ordenanzas. Hablaba de no se qué de los derechos del cabo. Poco despuçes, nos mandó romper filas al tiempo de una voz ejecutiva.
Estévez era un hombre de unos cuarenta años. Le llamábamos Sargento Pollo porque todavía, pese a su cacareada experiencia, solía comportarse como un verdadero novato y, como tal, era desconcertante. Su estado de ánimo variaba como el cielo. Su paternalismo me ponía enfermo. Le odié de la manera que se puede llegar a odiar al progenitor.
El soldado Ramón Taña, habitual de bajos burdeles y conocedor exahustivo de ambientes, le vio salir semidesnudo a la calle ante las risas despiadadas de un par de putas. Muchas tardes podíamos verle completamente borracho en la residencia de suboficiales.

La hoja de servicios era tan reservada y timorata como siempre. Mi nombre aparecía con la ausencia de tilde en el apellido. Como siempre, una guardia asignada. Me apliqué por los brazos una crema contra el eccema. El simple roce de mi piel con el cetme, me producía picores horrendos.

Corrí hacia la formación que ya marchaba a desayunar. El comedor se encontraba a un kilómetro de la compañía. Un camino pedregoso se abría ante nuestros pies. A un lado y a otro se podían divisar las distintas unidades formando un pequeño conjunto de barracones muy bien alineados. Por supuesto. El cuerpo de guaredia era similar a un motel de carretera. A nuestro paso el cabo primero saludó a un teniente que, sentado en el umbral, leía con avidez una novela de Marcial Lafuente Estefanía. Pasamos delante de la bandera. Estaba en lo alto. Siempre en lo alto. Demasiado arriba, quizá. Parecía querer cubir todo el cuartel y envolvernos a todos...
Al atravesar el campo de jura, pudimos ver un pequeño montículo donde sel alzaba el polvorín. Rodeado todo él de alambrada, era custodiado por un soldado que, tristemente, cuidaba la puerta mientras era observado, con aburrimiento, por otro desde la garita. Era un lugar silencioso y solitario. Casi precioso. Una escasa vegetación crecía a duras penas en el borde del alambre y, una encina, era el espectador ideal del vigilante que, agobiado por el tedio, cantaba entre susurros lo primero que le ocurría. Otros compañeros se daban al onanismo, a  comer pipas o a fumar a escondidas. Yo solía emular a Hendrix con el fusil, con tal apasionamiento que, el relevo, a menudo me sorprendría hincado de rodillas en pleno éxtasis onírico musical.

El cielo se nubló de repente. Alcé la vista hacia él de forma arrogante. Saqué pecho y respire con homda satisfacción de desprecio instintivo.

Mi padre, después de comer, solía poner el consabido bolero. Encendía un puro de diez  duros y me hacía sentar frente a él. Yo sentía cierto asco de sus dedos amarillentos de nicotina. Lanzaba al aire bocanadas de humo y sonoros eructos con olorcillo a ajos fritos. Sus charlas, apostólicas en principio, se tornaban en palabrería indescifrable llena de tópicos paternos.
- Ya eres un hombre Faniqueto. Recuerda que todas la mujeres  son iguales por donde mean.
Me tocaba la cabeza con sus enormes manazas mientras su boca babeaba fibras de tabaco. De su bolsillo sacaba un pequeño libro de rimas y nos recitaba algunas que le habían hecho llorar en su adolescencia. Ebrio de sentimentalismo, me servá una copa de vino y me obligaba a beber. El tintorro me recordaba la boca sangrante de Cristopher Lee ofreciéndome una humeante copa de eterna juventud.
Sin que se diese cuenta, me iba a vomitar al baño.
Mi hermana Eva se encargaba del cuidado de mi madre sordomuda que, siempre, permanecía sebtada en un taburete de la cocina. Peregrinaba todo el día con ella y su asiento a cuestas por toda la casa: del salón al baño y de allí a la conica, donde permanecía hasta la hora de la comida. Mi hermana colocaba en sus pequeñas orejas los auriculares e, introducía el el walkman una cassette. A mi madre parecía gustarle Durutti Column. Siempre sonreía cuando empezaban a manar los primeros acordes de la guitarra de Vini Reilly.
Mi padre la ignoraba desde hacía mucho tiempo. Antes de nacer yo, según Eva. A ella le gustaba escribir poesías surrealistas que, en ojos de mi padre, al no conocer el significado, eran cartas de contacto con un imaginario y ardiente amante. Mi madre intentó hacer romances, sonetos y pareados, pero, no sirvió de nada. Yo fui concebido en medio de esta transición de vanguardia.
Eva trabajaba por la mañana de taquillera en el metro. Gracias a ella y a unos asuntos  eventuales de mi padre, entraba dinero suficiente en casa para permitirnos algún que otro lujo.- Yo me negaba a trabajar y ellos no me pusieron ninguna objección de su parte. Él me decía que yo sería álguien importante algún día. Que no tenía que rebajarme a hacer lo mismo que el populacho.

Nora siempre llamaba a la puerta a la hora de la sobremesa. Yo tomaba el teléfono:

- Hola chiquitin. Dile a tu padre que se ponga.

Nora anduvo con  plena libertad por toda la casa ante los ojos adormecidos de mi madre que, subía una y otra vez el volumen. Por la noche, mi padre cogía a Nora de la mano y, dando un beso en su gruesa espalda, cerraba la puerta de la habitación ante mis asombrados ojos. Mi madre, sentada en un rincón, dormía. Mientras, Nora dejaba caer su ropa al suelo y las manazas de mi padre, recorrían una masa de sangre, huesos, carne, piel: el cuerpo de Nora.

Cuando mi padre entraba en un profundo sueño, ella salía del habitáculo y, desnuda, recorría el pasillo hasta llegar a la hitación de Eva.
Quejidos, resuellos y susurros cabalgaban por toda la casa a esas horas de la madrugada haciéndome pasar más de una noche en vela.
Aquella noche, ebrio de ron, volví a casa sobre la medianoche. El camino se hacía eterno. Palmo a palmo iba tanteando todas aquellas paredes que no tenían ni fin, ni principio. Se me antojaba aprender de memoria todas las pintadas del trayecto. Me cansé enseguida porque no había ninguna de política.
Empezó a llover de forma torrencial. Miré al cielo pero no vi nada. Solo una mancha negra y amorfa. El agua me reanimaba un poco y pude seguir ell camino con cierta gallardía.
El último bar del camino estaba en penumbra. El camarero bostezante, hacía la caja con desgana. Me paré en seco y, comprobando que la lluvia era algo serio, empecé a correr por la avenida abajo. Casi llegando al portal, resbalé y fui a darme de bruces contra el contenedor de basura. Mi padre, con la cara ensangrentada y los auriculares puestos, estaba allí tirado. Extendido. Formando parte del conjunto y su traje del domingo lleno de lamparones.

El sol volvió a lucir de nuevo y un cielo raso era su escolta. La cara sel sargento Estévez me pareció más agradable y todo. Nos acostamos con el toque de silencio por la noche. El primer imaginaria daba gritos y el cabo primero nos recordaba el castigo  que suponía levantar a los novatos. Menudo chusquero estaba hecho.
Las luces se apagaron de repente. Saqué la botella de calimocho bajo la almohada y, me dormí, al poco tiempo, abrazado a ella.

martes, 25 de octubre de 2011

FAKIN NIUS

VENGANZA POR JUSTICIA

Libia arde en ira y destripa al  Gran Dictador ante un mundo cruel y mediático que pide sangre.Quiere satisfacer su odio lárgamente acumulado tras años salvajes de un feroz régimen de terror.
España: En un canal autonómico de Madrid un familiar de una víctima dice, en directo, que no entiende ni de perdón, ni de reconciliación. Que lo único que quiere es que le peguen un tiro a los asesinos que le arrebataron a su ser querido. A lo mejor, desea que ese disparo sea propinado con el révolver dorado de Gadafi y que los  cadáveres sean expuestos, hasta su descomposición, en el Palacio de la Zarzuela para que el pueblo se fotografíe con ellos, como símbolo de triunfo ante el terrorismo. Así, todos tranquilos, la venganza nos deja  como más relajados.
La justicia... ya llegará. Esa  misma justicia que se ha negado a un tirano (cosa que nos envilece aún más) y que, también, se rechaza, desde los canales ultraderechistas. En estos medios solo existe el tiro en la nuca, por el tiro en la nuca  por -su-Dios y  por la
entelequia de España

jueves, 20 de octubre de 2011

APOCALIPSIS CAÑÍ

PARA SIEMPRE ES ¿DEMASIADO TIEMPO?


ETA anuncia el "cese definitivo" de la violencia terrorista en lo que califica como un compromiso "claro, firme y definitivo" 

"La banda comunica el final de su actividad terrorista después de casi medio siglo y tras haber asesinado a 800 personas.- El anuncio se produce tres días después de la Conferencia de paz de San Sebastián que pedía a la organización que dejara las armas"www.elpais.es 

 

Aquella noche Iosu volvió a su casa tarde. Era un día como otro cualquiera. El atardecer se tornaba  con algo más de luz que el día anterior y en las aceras un funcionario aspiraba las hojas secas con un  ruidoso aspirador.
Entró al portal. Abrió el buzón como tantas otras veces, y se sacudió los pies en el felpudo antes de meter la llave en la cerradura. Entró en su casa como veía haciéndoloa diario. En un cajón del dormitorio guardó la capucha que, previamente había doblado.
Su mujer, Mirari, al notar su presencia se despertó con cara  adormecida. Asustada como volviendo de un extraño viaje.
-¿Quién eres tú? – Preguntó a Iosu
-  Perdón. ¿He turbado tus sueños? – Susurró al oído de Mirari     
      - No. Era una pesadilla. Ahora puedo soñar en PAZ

lunes, 17 de octubre de 2011

BESOS CALLADOS

La ciudad lloraba miedo al buen tiempo sumida en una rutina de días grises. Tiempos de incertidumbre, de ruidosas soledades explotando en viejos corazones con marcapasos oxidados. Algunos decían que era por la capa de ozono. Siempre tenemos que echar la culpa a lo que está más lejos de nosotros. Siempre justificando nuestros errores con otros nuevos. ¿Dónde está el bien? ¿Dónde acaba el mal? ¿Ganará el  Depor un año de estos...?

Ripples se atusó el cabello mirando al espejo retrovisor del  Ibiza. Yo conducía por el casco antigüo de la

ciudad en busca de un próximo objetivo. Una nueva oportunidad de demostrar que valemos para algo más que para pagar impuestos y votar al gilipollas de turno.
Ripples me hizo parar el coche. Habíamos llegado al destino idóneo. Ya era de noche y las luces de las aceras alumbraban en un desfile de alternancia. Esos reflejos, tamizados por el parabrisas, hacían que las piernas de Ripples se hiciesen interminables, casi infinitas. Me sonrió cuando yo, casi, empezaba a babear.
- Cierra el pico.Capullo,  y deja el motor en marcha.
Me dijo sacando su semiautomática calibre 25 que escondía en su liga derecha. Para lo cual, tuvo que subirse su ya, de por sí, elevada minifalda negra. Lo que, en un principio, se podría intuir, ahora era una sincera realidad: Sus piernas eran realmente infinitas.
Salió del coche con la pistola tapada por el bolso llevando puestas unas gafas de sol negras. Yo encendí el contacto y un cigarrillo. Esperé su pronto regreso. Puse una cassette de Camela para descargar mi adrenalina concentrada. Vi como Ripples se metía dentro del Thoy Exclava. Uno de los antros discotequeros de moda donde acudía parte del pijerío selecto de la capital y algún frustrado nuevo rico en busca de cualquier culo de alquiler.
Ripples entró en la discoteca con paso decidido. Pagó la entrada correspondiente y bajó por una estrecha escalera ante los ojos humillantes de un guardia jurado que no podía despegar su mirada del redondo culo de Ripples.
Llegó a una pista de baile semivacía. Parejas sentadas alrededor jugaban  a las silenciosas mentiras de las apariencias. Otras se entretenían contando a ver quién decía la desgracia más grande. El resto se exhibía con el pelotazo en la mano y la mirada puesta en un auténtico escaparate de reinas por un día con caspa en los zapatos.
Alcanzó, por fin, una enorme barra llena de copas vacías y posavasos mugrientos. Había unas quince o veinte personas pertenecientes a una simple fauna de carne de bar. Allí estaban totalmente descolocados y, seguramente, habían entrado por simple curiosidad de ver el mercado de esclavos de diseño que acababa de abrir.
Ripples pidió al camarero un Ballantines con cocacola que éste sirvió, prácticamente, en el acto.
- ¿Vienes mucho por aquí, guapa?
Preguntó con una sonrisa cínica dirigida al tierno canalillo de Ripples.
- La verdad es que, es la primera vez-. Dijo clavando sus escondidos ojos en el estúpido bigote del barmán preguntón. Seguramente te gustaría verme las tetas. ¿Verdad?
Ripples desabrochó los botones justos de su blusa verde de seda artificial para dejar al descubierto sus dos turgentes tazones de colacao.
- Y ahora- Me vas a dar toda la pasta de la caja. Cabroncete.
En este instante, el camarero no sonreía. Empezó a sudar la gota gorda cuando, la muchacha, le puso la pistola bajo el bigote.
- No te pongas nerviosa. Guapa.- Su voz temblaba y notó como un húmedo reguero recorría la pernera de su pantalón azul marino.- Tendrás lo que quieras. Lo tendrás todo...
Nerviosamente, se dirigió a la caja registradora y la vacío en una bolsa que entregó a Ripples. Ella la cogió y, subiéndose las gafas de sol a la frente, miró el contenido.
- No está mal. Hay más de cincuenta papeles.
Salió corriendo rápidamente escaleras arriba dejando un  regalito de plomo en el estómago del relaciones públicas que acudía avisado por uno de los clientes habituales. Tampoco pudo evitar encontrarse de bruces con el guardia de seguridad de la entrada que le sorprendió,y , ahora era quien apuntaba con su arma:
- Tira el arma. Zorra. Estás acabada.
Ripples iba a tirar la pistola cuando vio como la mole de dos metros de guardia jurado caía abatido a sus pies con la cabeza ensangrentada por el contundente impacto propinado por Tadeo con la barra antirrobo del Ibiza.
- Mira cómo me ha puesto de sangre los zapatos el tío pánfilo.
- Es igual. Ya te comprarás otros. Le dijo Tadeo cogíendola por el brazo.
Se metieron en el coche y salieron disparados de allí mientras peatones curiosos iban invadiendo la acera, expectantes ante el escandaloso revuelo producido desde el interior del local.

Ripples limpió la semiautomática calibre 25 y volvió a enconderla en la liga. Contó la pasta y nos la repartimos. Eran ,más de sesenta mil pelas. Nos paramos en un descampado cerca de Fuenlabrada donde vimos amanecer. Me pareció uno de los más hermosos que jamás había visto. Ripples volvió a peinarse su larga cabellera ondulada frente al retrovisor. Le miré al quitarse las gafas de sol.
- ¿Por qué hacemos esto?- Pregunté serio. Como yo solo sabía hacerlo.
-Porque quiero comprarme un piso. No te jode...-Encendió un cigarro y me invitó a compartirlo-. Tadeo. ¿Has estado alguna vez enamorado?
- Una vez me dijeron que sí lo estuve.
Ripples sonrió. Me sentí un poco ridículo pues, realmente, me costaba hablar de esas cosas. Me ponían de los nervios. Hacía que se desvaneciese esa capa de invulnerabilidad que había fabricado a lo largo de los años. Yo podía entender mejor un acto de desprecio que uno de cariño. Sería la falta de costumbre. En la cárcel no tuve tiempo para esas elucubraciones. Allí nos bastaba con mantener íntegro un respeto que ara una de las claves de la propia supervivencia. Ripples sabía todo eso y, quizá era la causa de querer sacar lo mejor que todos llevamos dentro. Me cautivaba su presencia. Su firme disposición cuando se encaraba frente a frente con la muerte. Su arrebatadora personalidad de alto riesgo y ese hechizo de seducción que transmitía en todos, y cada uno de los robos que perpetrábamos sin el más mínimo remilgo.
Por eso, en el fondo, me jodía un poco que ella fuese novia de Ricardo. Un antigüo compañero de Carabanchel. Experto trilero y estafador de turistas.
Pedía a Ripples que se volviese a poner las gafas de sol. Por unos instantes, creí ser absorvido dentro de sus ojos. Como magnetizado por unas extrañas fuerzas internas que, en un momento dado, podían haberme dejado completamente desnudo de recursos. Solamente me hubiera quedado una rendición incondicional como escudo a su sensitiva aureola que me envolvía.
Se puso las gafas al tiempo que me dijo:
-¿Qué has visto en mi mirada?
No pude explicar ese cúmulo de sentidos pensamientos que recorrían mi mente como metidos en un embudo. Se negaban a ver la luz. No podían materializarse. ¿Dónde quedó mi osadía? Yo, que fui en chirona el indiscutible rey del vis a vis. Yo, que siempre obtuve de las mujeres lo que me daba la gana y más. Que mis erecciones seguían siendo  mayestáticas. ¿Qué coño me pasaba?
Arranqué el coche. Ripples me miró con las gafas de sol ya puestas y, acercándose amí, me besó en los labios con un suave roce que, fue suficiente para dejar un tenue rastro de carmín rosa en mis morros.
-Vámonos-me dijo-. Ricardo nos está esperando.-

Volvimos a la carretera. Lentamente nos incorporamos en la deteriorada autopista. Ripples volvió a mirarse en el espejo retrovisor. Yo rompí un silencio momentáneo.
.La semana que viene nos hacemos las ruta del  Levante.- Sonreí con la mirada puesta en el horizonte de asfalto-. Allí hay pasta fresca.
-Cojonudo.- Me contestó Ripples

Casi llegando a Fuenlabrada, de una manera casi incosciente, di rienda suelta a unas palabras que se salieron fluidas. Sin asperezas. Seguras y que, algún capullo diría, incluso, que eran sinceras:
- Ripples. Como ese novio tuyo deje de quererte. Juro por Dios que lo mataré.
- Eres un tío de puta madre.- Me contestó dándole un pellizco en el brazo que, casi , me hizo salir de la carretera.

miércoles, 12 de octubre de 2011

ÚLTIMA DESHORA

 HISPANIDAD LOW COST

¿El espíritu de la raza pasa por los cuernos de este animal?
Como los presupuestos de  Defensa se han recortado por la crisis ( casi un 40 %), este  doce de octubre se agrupará el Desfile Militar con la Cabalgata de Reyes. Por una vez coincidirán los de verdad con Juan Carlos y Sofía.. Rajoy de rey Melchor, subido encima de un tanque, repartirá los chuches a los inmigrantes asistentes al evento. ZP, por su lado, de penitente, irá detrás de la carroza  patrocinada por el FMI

Cuando se despertó, el Estado todavía seguía ahí y pensó que  a un civil se le puede militarizar pero ¿a un militar se le puede civilizar?

viernes, 7 de octubre de 2011

THE REAL (MAS O NENOS ITY) SHOW

SIN TÍTULO
"Según el Libro Guinness de los Récords,
Cayetana de Alba posee más títulos que
ningún otro noble en el mundo legalmente
ante un gobierno vigente que los reconoce:
Es cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa,
veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa,
además de ser catorce veces Grande de España." Wikipedia

¿Alguno universitario?
Prototipo de la aristocracia más analfabeta, rancia, reaccionaria y, por ende, populista  de este país. Como si existiese otra distinta...
Ójala el aspecto de descomposición que transmite esta señora sea el reflejo ¿real? del desmoronamiento de una casta decadente y caduca.
Cayetana preparada para Halloween
Nobleza obliga a hacer el ridículo
Que se case o que la folle un pez espada nos trae sin cuidado. Esto solo le importa a su corte de palmeros de los que se rodea para que le recuerden todos días lo rica y lo noble que es. A veces, necesitamos sub-títulos para entender a esta mujer que, bajo la apariencia de un ser entrañable y desvalido. Como salida del film Una Tarde en el Circo, se enconde el ansia de  convertir este país en su puto cortijo donde todos formamos parte de una nueva recreación de Los Santos Inocentes.  Ella se cuida muy mucho que  Azarías, no se revuelva y sea capaz de tomar duras medidas taxativas contra ella. Por eso nos da pan y toros. Todos contentos, duquesa feliz

lunes, 3 de octubre de 2011

NI TE CUENTO




... TAMBIÉN SE VIVE


 En aquel tiempo estaba carcomido por la arteriosclerosis y por una multitud de achaques propios de mis canas mal llevadas. No sé cuánto tiempo pasé en ese asilo de las afueras. Siete o quizá ocho años. Cuando ingresé en él, mis hijos siempre me obsequiaban con un buen ramillete de revistas pornográficas y una enorme caja de bombones al whisky. Seguro que lo hacían para humillarme, pues el sexo y el alcohol me despreciaron años atrás como si fuese un susurro entre gritos de hooligans. Ya solo tenía un castrador sentido de la vida y una tierna inquietud por mis nietos pequeños que, a veces, defecaban al borde de mi silla de ruedas. Al final, dejaron de visitarme. Todo quedó en unas felicitaciones navideñas en trozos de cartón coloreados con cierta similitud a oscuras esquelas de periódicos. Intercambiaba con mis compañeros todas las que tenía repetidas y así, me hacía ilusión el tener nuevos parientes. Sin embargo, me llegó a gustar ese trueque sentimental. Ya conocía por la letra a familiares de otros ancianos que compartían conmigo unas tardes interminables de agosto en el balcón. Nos pasábamos unos prismáticos para ver cualquier película en el cine de verano que teníamos enfrente del edificio al cual, nunca nos llevaban a los que no podíamos andar por nuestro propio pie.
El verano era la época propicia para que muchos compañeros salieran del asilo. No por su propia voluntad sino en un  hermoso ascensor de madera lacada. El calor atacaba a los más viejos y cualquier minúscula dolencia, mataba lentamente en una triste agonía de tubos, suero y noticias por televisión.
Yo, uno de esos días estaba apesadumbrado y temeroso al ver como uno de esos ancianos que compartía conmigo la habitación, se iba de este mundo. Me tomó la mano y me dijo que cuánto costaba el traslado de éste al otro barrio. Sollozaba como un crío cuando ví entrar en la penumbrosa habitación a una resplandeciente mujer. Era distinta del resto de voluntarias que nos atendía. Curiosamente, su boca siempre reflejaba una sonrisa que no se apagaba nunca. Se desenvolvía con total naturalidad entre el montón de huesos vetustos que éramos. Tenía siempre a punto palabras de comprensión, incluso para ese gruñón arcaico que se quejaba siempre por todo.
Me vio tan decaído que llamé su atención. Me acarició la cara. Preguntó lo qué me pasaba. Yo no sabía qué decir. Yo esperaba ver a esas matronas gordas y con verrugas que nos zarandeaban constantemente gritando a ritmo de sevillanas. Ella era totalmente diferente y yo, sin saber qué contestar. En ese instante me hubiese gustado contarle que ya estaba harto de todo y de todos. Que me resistía a ser yo el siguiente en criar malvas. Solo le hice una lista de mis enfermedades y penurias cotidianas. Ella me escuchaba pacientemente arrodillada para ponerse a mi altura. Yo, no he de negarlo, miraba ansiosamente su pronunciado escote con elegante disimulo. Me dijo que no me preocupase, que aquel no era tan mal sitio para vivir. Me llevó, empujando mi silla de ruedas, al jardín y me empezó a descifrar nombres de flores y plantas que crecían por allí. A mí me importaba una mierda esas mariconadas. Me sentía cautivado por su inmensa dulzura. Allí era una fresca isla entre un mar de prescripciones facultativas.
Los días siguientes me siguió atendiendo casi en exclusiva. Pasaba conmigo la mayor parte  de las ocho horas. Nunca me preguntó por mi pasado y, a veces, bromeaba y me hacía ver como un apuesto galán sediento de hembras. Me sentí rejuvenecer por momentos y, las horas que nos separaban de un día a otro, se me hacían eternas. Todo esto fue así hasta que un tiempo más tarde dejó de venir. Yo la busqué, pero nadie me daba razón de ella. Uno de los doctores que me atendían, preocupado, llegó corriendo a ver lo que pasaba. Le conté con todo detalle cómo era aquella mujer. Su natural dulzura, su comprensión sin límite, su pelo, su boca. El doctor me dijo que allí nunca trabajó nadie con semejantes características. Que el controlaba a todo el personal y que, posiblemente, yo estaba en un avanzado estado de embriaguez paranoica.
Nunca fui el mismo. Yo me empeñaba en seguir buscando por los pasillos, incluso por la noche. Lo que me costó no pocos problemas con el personal interino y con el resto de matusalenes que se reían de mí al verme tan desesperado, tan solo, tan indefenso.
A los pocos días me aislaron del resto de la gente y un nutrido grupo de batas blancas me diagnosticaron demencia senil. A medida que pasaba el tiempo, yo me iba apagando hasta que, una madrugada de otoño, fallecí dándome cuenta que jamás supe su nombre pero sí lo que me dio. Un consuelo, un firme consuelo.