Esa mañana me levanté más temprano. Fui al cuarto de baño y me
miré en el espejo. Me asusté repentinamente pues la imagen que vi,
era la de otra persona. Era una mujer morena despeinada con los pómulos
amoratados que esbozaba una forzada
media sonrisa. Después se evaporó lentamente hasta retornar a la objetiva realidad de mi rostro
enjuto e insignificante.
Pensé en ello durante todo el día. Incluso en la oficina se
dieron cuenta. “Carlos. Hoy estás muy raro”
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Soplanucas narcisista henchido de sí mismo sin amor propio |
A la mañana siguiente ocurrió algo similar. El espejó me
mostró esta vez a un niño con rasgos
árabes de unos diez años. Me estaba pidiendo limosna con unas manos que yo
mismo movía desde el otro lado.
Así durante casi un mes mi reflejo mutaba en discapacitado, enfermo, transexual, limpiadora, agricultor, anciano,
indigente…. Eran otros y era yo. Intenté
buscar una explicación racional a todo esto pero no era capaz de entenderlo y mucho menos compartirlo con nadie.
Un día, casi al borde de la desesperación, me levanté
con el
miedo ya habitual. Cerré los ojos
frente al enigmático espejo. Esperé unos
segundos, los abrí lentamente y me vi
por fin. Curiosamente, no reconocí a la persona que me estaba observando con cara de asombrado estúpido.
La semana siguiente cambié el espejo por otro de corte aséptico
minimalista.
ANNA VON HAUSSWOLFF - DEATHBED
DE CEREMONY (2012)