lunes, 18 de julio de 2011

NI TE CUENTO

TE DESEAMOS TODOS

Aquel año pasé mi cumpleaños en la más oculta soledad de una sesión parlamentaria. No me defendía con lenguas extrañas y, la propia se me hacía muy tediosa para practicarla con tristes objetivos de la oposición.
Por la ventana del hotel ,en Estrasburgo, veía el río Ill con inquietud. Tan solo salía de la habitación para acudir al Consejo o para hacer que admiraba  estatuas de Kleber, Gütenberg y Goethe paseando por las calles multiraciales ensombrecidas por alguna catedral católica del siglo XV.
A los quince días de mi hospedaje, recibí tu regalo de manos de un botones cuarentón que no se reía por no saber si era parte del protocolo. Le di unos ecus de propina que me rechazó al decirme por señas que no admitía dinero extranjero. Solo dólares.
Abrí una pequeña caja azulada y saqué un maravilloso tenedor de plata de ley. Esto hizo que me devolviese una sonrisa olvidada entre discusiones de un mercado único que era, en realidad, pura mercadería verdulera de puja al mejor postor.

La mesa de invitados estaba muy bien dispuesta y por las ventanas entraba ese sol que solo alumbra a las zonas residenciales. Mi perro, al que jamás puse nombre, retozaba en el jardín a falta de niños. Ella retocaba las servilletas con preocupación ante una servidumbre expectante.
- Querido. Ponte bien la corbata. ¿Qué va a pensar el partido?. Me decía mirando un extenso despliegue multicolor que envolvía mi alto cuello diplomático.

Los invitados fueron llegando al caer la tade. Podía adivinar sus andares y manías con los ojos cerrados. esas calvas mal llevadas, esos gemelos desiguales, esas joyas deslucidas eran siempre las mismas pese a ser ésta mi tercera o cuarta militancia.
Entraste casi en el mismo momento de servir la mesa. Pediste perdón a la concurrencia y te vi llenar un hueco que, minutos antes, me desasosegaba. Ahora estaba tranquilo. Te sensaste a mi izuierda y me besaste la mejilla. Mi mujer, a la derecha, terminaba de desplegar la servilleta que antes dobló con pulcritud y se la puso en las rodillas. Ella te miraba con indiferencia. Jamás pensó que había algo entre nosotros que no fuera más allá de uan estricta y dominante burocracia. Era demasiado vulgar para ella: la misma historia de la secretaria y la erótica del poder se queda solo para banqueros y ejecutivos de mueva izquierda.
Te miraba y, a una señal mía, tu mano ya me estaba acariciando bajo la mesa. El resto de los comensales hablaba de inflacción. Tú me tomabas la nota por debajo y bien que me gustaba. Mi mujer, en un instante concreto se acercó a mí y  con susurrante disimulo me dijo:
- Querido. Haz el favor de utilizar correctamente el tenedor. Recuerda que hace mucho que fuiste concejal.
Sus palabras, pese a su bajo tono, llegaron a tus oídos y  sacaste rápidamente la mano de mi bragueta. El resto de la cena estuviste enfurruñada y dispersa. Mi mujer parloteaba al aire por obligación protocolaria, pero el resto, estaba sumido en íntimas audiencias inconfesables.
Al final de los postres, te levantaste y rogaste a mi mujer que te acompañara al aseo. Yo creía que era algo habitual eso de compartir emplastes y deformaciones dermatológicas pero, cuando te vi coger un tenedor de la mesa para metértelo en el bolso, me extrañé

Ahora que estoy lejos es cuando más me acuerdo de ti. Sé que Yeserías no es lo mismo que Estrasburgo. De verdad que me ha gustado mucho el tenedor que me mandaste por mi cumpleaños. Has tenido la delicadeza de limpiarlo y todo."
Quiero que sepas que yo siempre te esperaré. Eres la única personaque se acordó de mí en este día. Luego los electores querrán que no exista la corrupción...
Hoy hace un día un poco nublado pero sin frío ni calor. Ahora tenemos una reunión del Consejo y no puedo escribirte más. Lo siento. Besos.
Siempre tuyo
Adolfo Llador

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes comentar aquí