jueves, 10 de noviembre de 2011

NI TE CUENTO

PLENITUD


La luna entró sin una audiencia previa e iluminó mi reloj despertador. Contemplé tristemente, con excesiva claridad el movimiento rítmico de las manecillas. Nunca me interesaron las fases y todas esas historias amarillas que escribían sobre ella. De todas formas, me di cuenta que su plenitud correspondía con el final de un mes y el principio del siguiente.
Mis calcetines enfundaron unos pies cansados y con durezas en las plantas. Ella me iluminó la espalda. Hice todo lo posible por imaginarme un simulacro calorífico que me hizo sentir relajado y un poco optimista. Ella también señaló el vaso de agua que refrescaba mi seca garganta de vez en cuando. Cuando realmente me apetecía. Ideé un néctar de terna juventud. Ella me ofrecía la vida por la mañana temprano. Quería darme fuerzas para llegar a ser de su misma condición. Seguramente quería que perdiese toda mi humanidad.
Me  produce risa. ¿Perder yo mi humana condición? Yo, que nunca la he tenido. Ja, ja. Indudablemente ella me quiere engatusar. Su lado oculto será, precisamente, el primero que me enseñe.
Desde mi balcón apuro el vaso de agua y escucho el estruendo del camión de la basura. Otra vez se me olvidó tirarla. O, ¿era yo el que tenía que ir dentro? La verdad es que somos carnes tan raras...
Ella me dice que perdió su reino buscando dar sentido a la existencia. Los usurpadores no saben ni comprenden cuestiones que vayan más allá de su propia rutina y doping.
Sé que vives gracias a él y eso me exaspera. Nunca oculté los celos justificados. Sabes que me resigno a perder en todo menos en eso. Y tú le miras y él lo hace contigo. Y yo te miro y me sirvo el café frío de la nevera. Me río por dentro de él y también de esa loción capilar que resalta aun más el brillo satinado de una intelectual alopecia de RAE.
Me pierdo en inmensos espacios abiertos que inundan mi memoria de ti. Y te grito. Y te imagino con él. Me ves arrodillado en los aseos de un tugurio. Con las manos te dibujo en el aire. Te creo con formas mórbidas y con aire expectante. Me aferro al papel y los fantasmas surgen de mis dedos.
La ciudad se torna sobre sí misma y se convierte en una nueva excusa de vivir. Una rutina mortuoria. Delimito formas humanas en una gran vía urbana. Fabrico una luz húmeda a la sombra de miradas ambulantes. Hay un cielo plomizo que nunca llega a caerse del todo y que, espía cualquier movimiento. Como esperando un veredicto final, llora contra toda rebeldía, con furia, con rayos y truenos.
A un yonqui despistado le hago subir las solapas y acaba su trabajo a navajazos en las puertas de un infierno para andar por casa. Se abre camino entre la multitud con vómitos de sangre y, extendiendo sus alas, se funde en el infinito de los callejones sin salida de los vertederos somnolientos de brutal sinceridad. Se para de repente y, alzando su rostro demacrado, te mira cara a cara, sin temor. Ahora ensalza tu belleza.
Un parte meteorológico anuncia por radio la llegada de un día claro y luminoso. Algo seco, quizá, algo turbio, al final.
No me gustó. Destrocé el papel con energía y lo encesté en la papelera con rabia. Intenté explicarte con resignación mi fracaso. Encendí un cigarrillo esperando oír tus palabras. Esperando tu profundo malestar. Deseando encontrar alguna respuesta a tu desdén.
Apuro el resto del café gélido que me hiela las entrañas y que me parte en dos una ficticia ilusión de tenerte entre mis brazos y desnudar mis ideas sin pudor frente a ti. Me gustaría abrigarme en tu tumultuosa presencia cuando haga frío y mi ánimo no me acompañe. Quiero que mis últimas horas sean un apología vital. Que coincidan con tu eterna visita para que me lleves, por siempre a tu lado. Espero que mis postreros momentos sean de tu agrado. Que mi último aliento de pasión sea el pago por los servicios bien prestados.
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- Te noto muy cansado. A veces me das miedo cuando no encuentro pensamientos en tu mente. Hace tiempo que no escribes ni una sola línea. No una sola intención sana. Te quedas enganchado en los mundiales y a mí, que me den dos duros.
- No digas eso. Sabes que te dedico los mejores fines de semana. Pero comprende que los mundiales son más inusuales que verte a ti.
- Piensa en mí. Amor. Él me llama y me tengo que ir. Además... qué coño! Estoy hecha polvo. Tanto hombre lobo. Tanto aquelarre...
- ¿Volverás?
-  Si te importo lo suficiente, vendré a criticarte y, a ver si espabilas con el editor, que te está quitando dinero.
- ¿El editor?
- Adiós.
- Adiós.
Se marchó dejando en penumbra la habitación. Me lustré los zapatos con un trapo ennegrecido que tiré el suelo. Cogí un folio aprisionado en la máquina de escribir y me fui procurando no ahuyentar a la jauría vecinal.
- Este maldito editor me va a oír.

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