sábado, 28 de enero de 2012

NI TE CUENTO

NI HABLAR DEL PELUQUÍN

Con el pañuelo limpié  muy despacio mis manos que todavía tenían restos de tu sangre y volví a meterlo en el bolsillo del pantalón.
Bajo el grifo del lavabo puse el abrecartas y, con los dedos, lo aseé con extrema pulcritud acorde con tu bellísimo cuarto de baño color crema. Deliciosa crema. Todavía creo oir tu voz desde la bañera llamándome. Cerré tus labios que, entreabiertos, enseñaban un poco tu lánguida lengua y, te besé por última vez mientras manoseaba, con delicadeza tu artifical pelo negro.

- Phil. Eres un sentimental- Me solías decir. Casí me lo llegué a creer.

De pequeño solía quedarme exahusto después de alguna estúpida prueba colegial. Me tumbaba y, mirando al cielo, me imaginaba historias tan falsas como tu pretendida belleza.

Con un paño de cocina restregaba en tus heridas mortales que tan poco te favorecían. Creí ver un amago de sonrisa en tu boca pero solo fue un mal reflejo de una luna que, extendía sus legados en forma de luz blanca.
Era como una linda, tersa y suave segunda piel
Te ideé bailando en alguna recepción con algún sesentón de cara desconocida que te hablaba al oído. Te reías. Parecías una ciega ingenua gacela pujando por el cazador que más le conviene. Dabas vueltas sobre un eje imaginario y el aire te lustraba el pelo. Tu pelo. Tu maravilloso cabello.
Todavía te veo sentada en un frío asiento de vagón de línea nueva. Tu mirada se pierde entre las insulsas impresiones de  Barbara Cartland en papel impreso. Te  siento aburrida, hastiada y perdida entre carteles y propuestas publicitarias. Me sonríes. Creo devolverte tan dulce cumplido.

- Me llamo Phil-. Dije con voz entrecortada y un poco despistado de forma intencionada. Intentaba encontrar la manera de catalogar tan femenina figura que coqueteaba a mi costa.
Te nombrabas Carmenchu. Tus modales delataban una exquisita educación a la sombra de algún ascendente sajón o bretón, por lo menos. Tus refinamientos rayaban lo absurdo por tu cursi exageración. Tu peluca era preciosa: suave fibra negra sintética resistente al agua y  agentes corrosivos. Se ajustaba perfectamente a tu cuero cabelludo. Era como una linda, tersa y suave segunda piel. Hacía que al contacto de mis dedos, sintiese unos espasmos de deseo e inquietud que me emocionaban ,de tal manera, que hasta, a veces, llegaban a mi mente escenas de mi madre sentándome en sus rodillas. Me contaba algún cuento improvisado a la luz de una triste chimenea agonizante a altas horas de la madrugada . Yo, mientras, dormía en  el regazo al son de los ronquidos de mi padre, tras una velada de borrachera.
Decías que te gustaba llevarla. Que tu pelo auténtico era lacio, feo y quebradizo. Que estabas muy orgullosa de ella y que no tenías por qué ocultarlo. Me alegró que dijeses eso. No sabes cuánto.
Estabas tan evadida y confusa que apenas eras capaz de articular palabras son sintaxis lógica. Tus palabras hacia mí nunca cambiaron de tono ni de frecuencia. Ni siquiera cuando me contabas intimidades turbulentas de anomalías sexuales. Decías que esperabas impaciantemente un divorcio que nunca acababa de llegar. El sesentón empezaba a mostrar sus achaques y ella quería sentirse joven y viva. No quería ver su futuro. Pero, que lejos estaba de comprender que yo era su futuro.
Me obligabas a esconderme contigo en unas palabras de arrepentimiento que, relamente, solo eras disculpas. Creo que tus influencias, que creías poder tener, eran solo motivo para alargar más nuestra situación. Me sentí un juego en tus manos. Un triste aliciente de cuarentona desencantada próxima a la menopausia.

Te metías en la bañera de agua caliente de una manera sigilosa y trémula. Tu piel brillaba de una forma resplandeciente al contacto con el cálido líquido jabonoso. No había de negar que aquello era un completo deleite para mis ojos que no dejaban de recorrerte toda tu piel ,poro a poro. Te gustaba ser admirada por los ojos de un hombre y lo hacías notar con leves insinuaciones que me incitaban a compartir tu baño. Me acerqué con cierto disimulo y te besé en los labios con efusión. Te apartaste de mí como si te hubieses olvidado de algo.

- Se me olvidío quitarme la peluca.- Dijiste de una manera sorprendente.
- No te la quires. Por favor.- Insté yo repetidamente. No podía imaginarme que llegases a hacer semejante acción. Rogué insistentemente que dejases tal idea. No quisiste oir.
- Cariño. No te enfades. Si no me la quito no podré lavarme la cabeza y la tendré que usar por necesidad.- Contestó en un ademán casi autoritario.
Me volví de espaldas a ella. Mis dientes rechinaban mientras  tiraba el pelo artificial a mis pies. Era incapaz de mirarla. Era incapaz de ver su corto y feo pelo natural. Sentí asco por ella y por mí mismo. Apreté los puños con rabia contenida por el ridículo. Ella me hablaba para que mirase su sucia cara pero no podía volverme. Hice un esfuerzo. Una denodada intención que dio como fruto una imagen horrorosa de una mujer distinta con un asqueroso cabello corto, lacio, feo y quebradizo. Salí corriendo del aseo. Me dispuse a marcharme de aquel lugar para siempre. Una imagen brillante encima de una bandeja de pseudoplata me hizo cambiar de opinión. Vaya si lo hizo...
tener abrecartas por mero adorno fue tu perdición.

Empuñé el abrecartas con la mano derecha y di media vuelta con los ojos desorbitados. Tu estupidez de tener abrecartas por mero adorno fue tu perdición.
Me interné de nuevo en el cuarto de baño con paso acelerado y, con los ojos cerrados, llegué hasta el borde de la bañera. Empezaste a gritar como una condenada. Te cogí de tu escaso pelo lacio, tan feo, con la mano izquierda mientras, con la derecha, te ensartaba múltiples puñaladas en el estómago. La sangre no se hizo esperar y tu voz se perdió en una última súplica:
- Ponme la peluca.- Fue tu última frase. Naturalmente, yo accedí a tu póstuma petición. Estabas tan guapa ahora que, si en mi mano estuviera, te daría de nuevo la vida- Es una lástima. Una verdadera lástima.

Volví a casa cansado y sudoroso por la velada. Me encontré el mismo revoltijo de botellas, papeles, platos y libros de siempre. Me propuse a introducirme en la cama pero, el teléfono se hizo notar con agudas llamadas de atención. Tomé el inalámbrico.
- Sargento Phil. Soy El teniente Ruipérez. Tiene que ir inmediatamente al  Barrio Chino. Carmen Díaz La Mondongo ha sido asesinada a puñaladas en su bañera. Lleva puesta una peluca horrible. Pudiera ser un suicidio. Esté atento a los datos  del caso...
Colgué el teléfono.
- La peluca es preciosa.- Añadí casi en silencio.

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