USO Y DISFRUTE DE LA SANDÍA
No es lo mismo comerne una gruesa, roja y refrescante raja de sandía en casa que fuera.
En casa estamos en nuestro dominios. Si estás solo , no tienes que justificarte con nadie, excepto con el espejo. Si vives en compañía, tendrás que explorar y escanear previamente los usos y costumbres de tus acompañantes. Posiblemente ya te tendrán calado por lo que, te puedes lanzar sin miedo, sin inhibición y sin reparo a comerte una buena porción de sandía, negra por supuesto, con todas sus pepitas. Como mandan los cánones y como diría algún dios en caso de existir.
Despues de partida, la cortas en trozos con un cuchillo y vas mordiendo de un solo bocado cada uno de ellos. Ten cuidado de no comerte la cáscara porque no sabe igual. Siente como los chorretones de agua corren por tu barbilla. Incluso por la mano, los dedos y el brazo con el que partes los pedazos. Todo se impregnará de ese maravilloso y fresco jugo celestial. No tendrás reparo en que te vean con la boca llena y toda la cara húmeda. Un tanto ridículo, pero, inmensamente dichoso al sentir el cielo jugoso y azucarado impregnando tus sentidos.
Esta es la pieza que encaja en el puzzle del paraíso |
Fuera de casa, nos cortamos más. Nos traen la porción previamente cortada por lo que, ya empezamos mal. La raja viene solitaria en un plato y, para colmo, nos ponen cuchillo y tenedor. Si estás en un restaurante, inmediatamente, te sentirás observado, juzgado por el resto de comensales del local que, esperarán el más mínimo movimiento tuyo, para descojonarse de ti y llamarte guarro en tus narices. Conclusión: no te queda más cojones que utilizar el cubierto como si fueses gilipollas.
Separas torpemente la parte roja de la cáscara. Y con el cuchillo la vas troceando en partes pequeñas para dar a entender que entiendes de delicadeza. Lo peor son las pepitas. Te ves obligado a separarlas de la parte jugosa. Lo que más te apetece son comértelas también. Es el añadido perfecto y la razón de ser de toda sandía bien nacida. Pero fuera de casa, tienes que hurgar con el cuchillo para separarlas y, dejarlas olvidadas en el plato, para que las tiren a la basura. Si lo haces así, tendrás el beneplácito de los asistentes y, si estás acompañado, no sentirán vergüenza ajena. Aunque, lo que de verdad te hubiese apetecido sería tomar la raja con las dos manos y comerte, delante de todos los meapilas, una raja de medio kilo y que el jugo te chorrease hasta por los zapatos.
Por eso, la próxima vez, pediremos café solo y pasaremos del postre.
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