lunes, 17 de octubre de 2011

BESOS CALLADOS

La ciudad lloraba miedo al buen tiempo sumida en una rutina de días grises. Tiempos de incertidumbre, de ruidosas soledades explotando en viejos corazones con marcapasos oxidados. Algunos decían que era por la capa de ozono. Siempre tenemos que echar la culpa a lo que está más lejos de nosotros. Siempre justificando nuestros errores con otros nuevos. ¿Dónde está el bien? ¿Dónde acaba el mal? ¿Ganará el  Depor un año de estos...?

Ripples se atusó el cabello mirando al espejo retrovisor del  Ibiza. Yo conducía por el casco antigüo de la

ciudad en busca de un próximo objetivo. Una nueva oportunidad de demostrar que valemos para algo más que para pagar impuestos y votar al gilipollas de turno.
Ripples me hizo parar el coche. Habíamos llegado al destino idóneo. Ya era de noche y las luces de las aceras alumbraban en un desfile de alternancia. Esos reflejos, tamizados por el parabrisas, hacían que las piernas de Ripples se hiciesen interminables, casi infinitas. Me sonrió cuando yo, casi, empezaba a babear.
- Cierra el pico.Capullo,  y deja el motor en marcha.
Me dijo sacando su semiautomática calibre 25 que escondía en su liga derecha. Para lo cual, tuvo que subirse su ya, de por sí, elevada minifalda negra. Lo que, en un principio, se podría intuir, ahora era una sincera realidad: Sus piernas eran realmente infinitas.
Salió del coche con la pistola tapada por el bolso llevando puestas unas gafas de sol negras. Yo encendí el contacto y un cigarrillo. Esperé su pronto regreso. Puse una cassette de Camela para descargar mi adrenalina concentrada. Vi como Ripples se metía dentro del Thoy Exclava. Uno de los antros discotequeros de moda donde acudía parte del pijerío selecto de la capital y algún frustrado nuevo rico en busca de cualquier culo de alquiler.
Ripples entró en la discoteca con paso decidido. Pagó la entrada correspondiente y bajó por una estrecha escalera ante los ojos humillantes de un guardia jurado que no podía despegar su mirada del redondo culo de Ripples.
Llegó a una pista de baile semivacía. Parejas sentadas alrededor jugaban  a las silenciosas mentiras de las apariencias. Otras se entretenían contando a ver quién decía la desgracia más grande. El resto se exhibía con el pelotazo en la mano y la mirada puesta en un auténtico escaparate de reinas por un día con caspa en los zapatos.
Alcanzó, por fin, una enorme barra llena de copas vacías y posavasos mugrientos. Había unas quince o veinte personas pertenecientes a una simple fauna de carne de bar. Allí estaban totalmente descolocados y, seguramente, habían entrado por simple curiosidad de ver el mercado de esclavos de diseño que acababa de abrir.
Ripples pidió al camarero un Ballantines con cocacola que éste sirvió, prácticamente, en el acto.
- ¿Vienes mucho por aquí, guapa?
Preguntó con una sonrisa cínica dirigida al tierno canalillo de Ripples.
- La verdad es que, es la primera vez-. Dijo clavando sus escondidos ojos en el estúpido bigote del barmán preguntón. Seguramente te gustaría verme las tetas. ¿Verdad?
Ripples desabrochó los botones justos de su blusa verde de seda artificial para dejar al descubierto sus dos turgentes tazones de colacao.
- Y ahora- Me vas a dar toda la pasta de la caja. Cabroncete.
En este instante, el camarero no sonreía. Empezó a sudar la gota gorda cuando, la muchacha, le puso la pistola bajo el bigote.
- No te pongas nerviosa. Guapa.- Su voz temblaba y notó como un húmedo reguero recorría la pernera de su pantalón azul marino.- Tendrás lo que quieras. Lo tendrás todo...
Nerviosamente, se dirigió a la caja registradora y la vacío en una bolsa que entregó a Ripples. Ella la cogió y, subiéndose las gafas de sol a la frente, miró el contenido.
- No está mal. Hay más de cincuenta papeles.
Salió corriendo rápidamente escaleras arriba dejando un  regalito de plomo en el estómago del relaciones públicas que acudía avisado por uno de los clientes habituales. Tampoco pudo evitar encontrarse de bruces con el guardia de seguridad de la entrada que le sorprendió,y , ahora era quien apuntaba con su arma:
- Tira el arma. Zorra. Estás acabada.
Ripples iba a tirar la pistola cuando vio como la mole de dos metros de guardia jurado caía abatido a sus pies con la cabeza ensangrentada por el contundente impacto propinado por Tadeo con la barra antirrobo del Ibiza.
- Mira cómo me ha puesto de sangre los zapatos el tío pánfilo.
- Es igual. Ya te comprarás otros. Le dijo Tadeo cogíendola por el brazo.
Se metieron en el coche y salieron disparados de allí mientras peatones curiosos iban invadiendo la acera, expectantes ante el escandaloso revuelo producido desde el interior del local.

Ripples limpió la semiautomática calibre 25 y volvió a enconderla en la liga. Contó la pasta y nos la repartimos. Eran ,más de sesenta mil pelas. Nos paramos en un descampado cerca de Fuenlabrada donde vimos amanecer. Me pareció uno de los más hermosos que jamás había visto. Ripples volvió a peinarse su larga cabellera ondulada frente al retrovisor. Le miré al quitarse las gafas de sol.
- ¿Por qué hacemos esto?- Pregunté serio. Como yo solo sabía hacerlo.
-Porque quiero comprarme un piso. No te jode...-Encendió un cigarro y me invitó a compartirlo-. Tadeo. ¿Has estado alguna vez enamorado?
- Una vez me dijeron que sí lo estuve.
Ripples sonrió. Me sentí un poco ridículo pues, realmente, me costaba hablar de esas cosas. Me ponían de los nervios. Hacía que se desvaneciese esa capa de invulnerabilidad que había fabricado a lo largo de los años. Yo podía entender mejor un acto de desprecio que uno de cariño. Sería la falta de costumbre. En la cárcel no tuve tiempo para esas elucubraciones. Allí nos bastaba con mantener íntegro un respeto que ara una de las claves de la propia supervivencia. Ripples sabía todo eso y, quizá era la causa de querer sacar lo mejor que todos llevamos dentro. Me cautivaba su presencia. Su firme disposición cuando se encaraba frente a frente con la muerte. Su arrebatadora personalidad de alto riesgo y ese hechizo de seducción que transmitía en todos, y cada uno de los robos que perpetrábamos sin el más mínimo remilgo.
Por eso, en el fondo, me jodía un poco que ella fuese novia de Ricardo. Un antigüo compañero de Carabanchel. Experto trilero y estafador de turistas.
Pedía a Ripples que se volviese a poner las gafas de sol. Por unos instantes, creí ser absorvido dentro de sus ojos. Como magnetizado por unas extrañas fuerzas internas que, en un momento dado, podían haberme dejado completamente desnudo de recursos. Solamente me hubiera quedado una rendición incondicional como escudo a su sensitiva aureola que me envolvía.
Se puso las gafas al tiempo que me dijo:
-¿Qué has visto en mi mirada?
No pude explicar ese cúmulo de sentidos pensamientos que recorrían mi mente como metidos en un embudo. Se negaban a ver la luz. No podían materializarse. ¿Dónde quedó mi osadía? Yo, que fui en chirona el indiscutible rey del vis a vis. Yo, que siempre obtuve de las mujeres lo que me daba la gana y más. Que mis erecciones seguían siendo  mayestáticas. ¿Qué coño me pasaba?
Arranqué el coche. Ripples me miró con las gafas de sol ya puestas y, acercándose amí, me besó en los labios con un suave roce que, fue suficiente para dejar un tenue rastro de carmín rosa en mis morros.
-Vámonos-me dijo-. Ricardo nos está esperando.-

Volvimos a la carretera. Lentamente nos incorporamos en la deteriorada autopista. Ripples volvió a mirarse en el espejo retrovisor. Yo rompí un silencio momentáneo.
.La semana que viene nos hacemos las ruta del  Levante.- Sonreí con la mirada puesta en el horizonte de asfalto-. Allí hay pasta fresca.
-Cojonudo.- Me contestó Ripples

Casi llegando a Fuenlabrada, de una manera casi incosciente, di rienda suelta a unas palabras que se salieron fluidas. Sin asperezas. Seguras y que, algún capullo diría, incluso, que eran sinceras:
- Ripples. Como ese novio tuyo deje de quererte. Juro por Dios que lo mataré.
- Eres un tío de puta madre.- Me contestó dándole un pellizco en el brazo que, casi , me hizo salir de la carretera.

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