viernes, 14 de junio de 2013

VIDA PROPIA

DONATO FRANCOTIRADOR EN LAS VENTAS

La música del terror produce monstruos taurinos
Cualquier tarde de primavera al uso. Sol en lo alto. Chorretones corriendo por Donato. Desde la frente a la comisura de los labios desplazándose lentamente por el rostro. El sol en lo alto y su brazo derecho fuertemente,  agarra un rifle de repetición con mira telescópica. Se emociona. Casi llora rememorando pasajes luminosos de su tierna niñez. Tiene el objetivo claro y diáfano desde el punto de mira. Está en  lo alto, en la más alta grada de la Plaza. Media entrada de San Isidro en un foso lleno de terror e ignorancia. Casi vuelve  llorar. Lo hace  al final. Las lágrimas se confunden con las insistentes gotas de sudor que no dejan de resbalarse por todo su cuerpo. Esa cuarteada anatomía hecha de decepción e ilusiones perdidas en frustraciones adultas.
El objetivo muestra al Juli, a José Tomás, o algún monosabio en el paseillo. Donato no sabe  quién es quíen. Todos embadurnados de rojo.  Sonrientes brindando con orejas y rabos. Ajenos a  la gran faena que empieza. Donato acaricia el gatillo y, en pocos segundos, atruena en la Plaza dos, tres, hasta seis disparos. Uno tras otro. Implacables llegando a su destino. Intentando encontrar el corazón sin éxito. Impactan en cabezas, estómagos y espaldas. Objetivo cumplido. Seis cuerpos sin vida abatidos sobre sus instrumentos: trompeta, saxofón, tambor, trombones y  platillos.
Donato se quita las gafas de sol. Se seca el sudor de la frente con un kleenex y, antes de retirarse del palco murmulla con un hilillo de voz casi imperfectible:
- Odio los pasodobles.
 

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