HISTORIAS DE LA P uta CRISIS
MI PRIMERA EXCOMUNIÓN
Cogí a aquel cura de parroquia por el cuello y le insté a que me entregase todo el dinero de las putas velitas y del cepillo. No había nadie en la iglesia y , esto hizo que me animase a entrar. Un fuerte olor a cera rancia y un calor asfixiante en el interior me animó a que entrasé en la sacristía y viese a un hombre de un metro sesenta, regordete ,con pelos en lo nudillos rellenando un impreso oficial frente a un caliz de bisuteria china.
- No me mate señor delincuente. ¿Sabe que está en pecado mortal?. Todo el cash lo tengo en esta cestilla. Creo que son dos euros con cincuenta.
Tomé el dinero rápidamente y le quité los impresos que ocupaban toda su atención.
- Ostia. Es la Declaración de la Renta. ¿No sabía que declarábais?
- Sí.Sí - me contestó el cura meapilas-. Ahora tengo que poner el IBI, para más INRI. Si el reino del Áltisimo no es de este mundo, no sé la razón de por qué diantres tengo yo que poner el IBI en el IRPF. Encima tendré que contratar a un asesor fiscal.
Yo.Entre otras cosas, alguna noción de economía tenía ( lo que tiene el paro de larga duración) Esto hizo que tuviese una atea compasión por aquel ser indefenso que se enfrentaba, por primera vez, a un formulario endiablado donde le obligaba a declarar hasta la última sotana interior ( ejem) que tenía.
- No sé preocupe. Alma de la nada. Yo le ayudo- le dije sin pensar-.
Esto sí que es cepillarse a álguien |
Si lo pienso, me cago vivo. Yo, ayudar a semejante especimen a realizar le declaración de la renta. Soy como la plastelina de cagón.
En diez minutos le ayudé a modificar el borrador para incluir el Impuesto sobre Inmuebles. Le salió a pagar al cabrón unos trescientos euros. Jódete. Acostumbrado a que le devolviesen dos mil.
El cura regordete y meapilas se quedó llorando amargamente suplicando a la cruz de bisutería de los chinos que le ayudase a dar ostias, fuera de hora, para llegar a fin de mes.
Me dió un poco de penilla. Por eso, no quise incordiarle más. Cogí del cepillo los dos euros con cincuenta y me fui de la parroquia sin hacer ruido. Antes me froté las axilas con el agua bendita. Entre el agobio de la temperatura y mi rubor, no había nadie que pudiera rezar en esa iglesia
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