lunes, 22 de noviembre de 2010

SUPERHÉROES DE BARRIO: LA GÁRGOLA

"Madres abnegadas
no pierden la vez.
Cosen sus disfraces,
guerra sin cuartel"
(Kiko Veneno)



Ildefonsa Ruipérez, en su lecho de muerte, tomó la mano de su  única hija Petra y, antes de emitir el último quejido que le llevaría a atravesar el túnel del olvido, le  dijo:

- Hija mía. Sé que toda mi vida la he dedicado a joderte la existencia. Sé  que te he manipulado con mis rencores y odios. Sabes que soy la única  persona que te ha querido de verdad  y ya estás preparada para enfrentarte al mundo
  Tú eres principio y fin de todo. Nada te tiene que importar más que tú. Todo el mundo  intentará que te relaciones con los demás. Desconfía. Sólo  querrán que compartas cosas con ellos. Qué asco me dan. Sublevaté. Nada hay más grande que tu egoismo  y ese es tu poder frente al mundo. Sabes que sólo obtendrás beneficio de todo aquello que agarres.
  Lánzate a la vida. Busca un piso de alquiler barato y un incauto que te insemine lo  justo. Ese es mi legado, porque  el dinero me lo fundí en un cruzero antes de caer  enferma.

- No te mueras mamá-Dijo Petra sollozando-.Seré digna de ti. Nadie estará por encima  de lo que  yo piense o haga. Disfrutaré del mal ajeno, tal y como me enseñaste. A hora...  dame tu poder.

- Hija mía. Mira que me jode darte algo- Ildefonsa, casi sin aliento prosiguió-.Acerca  tu cabeza a mí.


    Petra se acercó a la madre. Ésta le puso sus decrépitos dedos en las sienes. Inmediatamente,  una luz crespuscular inundó la habitación. Petra   empezó a convulsionar y una extraña violencia  la empujó al fondo de la habitación.
  El rostro de Petra, de por sí ya demacrado, ahora adquiría tintes casi épicos: su nariz se acható en un estrujamiento inhumano.Las orejas se le afilaron mirando al cielo y la boca se redondeó dejando ver una irregular dentadura  llena de enganches metálicos con una sustancia parecida al musgo. Su ropa se transformó en  un conjunto formado por rebequita de perlé negra, camisa blanca con chorreras y pantalones   pesqueros gris marengo que, subidos hasta el estómago, casi hacían las labores de sujetador  de los dos rodaballos que tenía por pechos.

 -¡Ahora tengo el poder!-Gritó a los cuatro vientos-.¡Ahora soy La Gárgola!
    
   Se acercó al lecho donde Ildefonsa yacía, ya  sin vida. Petra empujó el cuerpo de su  madre con fuerza hasta expulsarlo de la cama y, arrancando las sábanas del somier con sus garras, dijo por fin:

    - Todavía me pueden servir pá la casa.
 



Continuará...

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